Este el paisaje actual de lo que fueron antiguas escombreras de los pozos mineros, hoy zonas de cultivo.

INES PRAGA TERENTE.
Catedrática jubilada de Filología Inglesa.
Doctora Honoris Causa por la Universidad Nacional de Irlanda, Cork.

 

No piensen, estimados lectores y lectoras, que pretendo emular a Joaquín Sabina y escribir un texto a la altura de los suyos porque carezco de talento. Pero comparto con él algo tan esencial como el amor por un lugar y eso me legitima- creo yo- para plagiarle parte del título de este artículo. La diferencia es que él canta a su amado Madrid y yo quiero hacer un sentido elogio de Langreo, esa parte de Asturias tan castigada que todos asociamos con el fin del carbón, el desmantelamiento industrial y el despoblamiento. En otras palabras, con la decadencia y el olvido, en claro contraste con la pujanza y la visibilidad que disfrutan otras zonas del Principado. Admito que hay razones para calificar a muchas de ellas como paraíso natural, esa expresión tan divulgada que pretende identificar la marca Asturias con nuestra belleza natural – mar y montaña- y la riqueza de nuestra gastronomía o nuestro folklore. Y no duden que sé valorar las excelencias de un escenario bucólico, entendiendo por tal esa cartografía de la felicidad que suele aparecer en las postales aunque en la vida real no sea tan frecuente.

Pero pongamos que hablo de Langreo, como decía al principio, y que me propongo cantar aquí sus bondades en noble y abierta competencia con nuestras Arcadias regionales.
¿Me tildarán de ilusa los lectores por equiparar con ellas la cuenca minera, esa parte de Asturias que no suele aparecer como un lugar de interés en los folletos? No es mi intención establecer un concurso de méritos, porque haberlos haylos en todos y cada uno de los rincones del Principado. Simplemente aspiro a ofrecer una mirada distinta para comprender y valorar el paisaje y el paisanaje langreanos.

Confieso que ha sido la literatura irlandesa- a la que he dedicado gran parte de mi vida- la que me ha enseñado a leer la historia escrita en el paisaje, y que mi gran maestro ha sido el poeta Seamus Heaney, Premio Nobel y gran amante y conocedor de Asturias por lazos familiares. Recuerdo la gran lección que me brindaron sus llamados “poemas de la ciénaga”, donde explica que los terrenos pantanosos son el paisaje clave irlandés por ser paisajes con memoria, es decir, paisajes que recuerdan todo lo que ha ocurrido en ellos. Antes que los idílicos acantilados o las bellas estampas pastoriles-tan abundantes en la isla- Heaney elogia y excava la tierra húmeda de la turbera ( la llamarga, en traducción aproximada ) , sello de la Irlanda pobre y antibucólica. Y lo hace porque es un paisaje vivido y vivenciado que cuenta historias y que preserva y prolonga unas señas de identidad. Para mí, langreana de nacimiento y de corazón, fue un hallazgo leer a Heaney y contemplar con su mirada el valle del Samuño, ese paisaje prodigioso que se despliega ante la casa familiar que conservo en Omedines (Ciañu). Y es que, además de una enorme belleza, el valle alberga la memoria individual y colectiva del paso del tiempo y de la evolución de la vida: la gente que extrajo de esa tierra el oro negro del carbón, el sudor y el riesgo que significaron para Asturias prosperidad y renombre industrial, el germen de la lucha obrera y la conciencia social…… Pero en ese paisaje también está escrito el doloroso y agónico desmantelamiento de la zona y al mismo tiempo la tenaz resurrección que se viene produciendo en ella y que ha abierto nuevos y esperanzados horizontes. Pocos lugares ilustran con tanta claridad la capacidad del ser humano para reinventarse manteniendo una fidelidad absoluta con el pasado y el entorno.

Este el paisaje actual de lo que fueron antiguas escombreras de los pozos mineros, hoy zonas de cultivo.

La muestra más destacada es sin duda el Ecomuseo Minero, que nos retrotrae a nuestros orígenes con gran didactismo y justificado orgullo y que acaba de cumplir su quinto aniversario con más de 115.000 visitantes ( unos 23.000 de media al año). Son cinco años de ejemplar recuperación del patrimonio minero e industrial de la zona, que se ha ido convirtiendo en un referente y un modelo a seguir. Pero la cuenca ha ido más allá, tejiendo una red de asociaciones e iniciativas culturales y turísticas que apuntalan su identidad y a la vez facilitan su expansión: concursos de canción minera, mercados tradicionales o pueblos con el galardón de afayaízos que atraen ferias y visitantes. Quien llegue allí con la mirada atenta se asombrará al ver pomaradas en lo que antaño fueron escombreras, o cultivos de kiwis y otros frutales cerca de la vieja bocamina o de la silueta catedralicia de los castilletes. Es curioso que la arqueología de la vida haya seguido aquí un doble y fértil movimiento: donde antes fue hacia abajo y hacia adentro, cavando las entrañas de la tierra, ahora empuja hacia arriba y hacia afuera, (re)poblando el paisaje con los colores, olores y sonidos de un tiempo nuevo para un viejo paisaje.

Recientemente se ha estrenado en los cines Caras y Lugares, un maravilloso documental de Agnes Varda quien a sus 90 (¡¡¡) espléndidos años recorre Francia en busca de pueblos con historias. Y entre otras cosas filma con maestría y emoción el testimonio de la última mujer que vive en una barriada minera, un gran homenaje a su memoria y a su universo desaparecido. Varda busca lugares que escondan relatos porque sabe que precisamente en estos radica su riqueza, una sabia lección que aquí proponemos para mirar hacia Langreo. Rastrear Langreo, leer su paisaje como si fuera un manuscrito y escuchar los relatos de la gente que lo habita y que tanto ha hecho por conservarlo y seguir habitándolo. Relatos que nada tienen que envidiar a las grandes gestas del cine o de la literatura, porque la épica se construye día a día y en Langreo abundan las historias de resistencia, de fidelidad, de identidad recuperada, de resurrección y de milagrosa reconversión de un destino incierto.

Pongamos que hablo de un capítulo esencial y ejemplar en la historia de Asturias : pongamos, por tanto, que hablo de Langreo.

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