El soterramiento del tramo más urbano de la autopista A5 de Madrid —3,5 kilómetros que van desde la salida del túnel de la avenida de Portugal hasta el cruce con la avenida de Los Poblados— es una vieja reclamación vecinal. Ya cuando se inauguró en 2007 el soterramiento de su primer tramo —de sólo 1,5 kilómetros— y la urbanización del bulevar que lo cubre, los vecinos que no se beneficiaban directamente de aquella parte de Madrid Río protestaron airadamente. Tenían razón. La autopista A5 tiene un tráfico muy intenso, es ruidosa y el lugar está fuertemente contaminado. Además, la autopista supone un corte dramático en el tejido de la ciudad que hace muy difíciles los vínculos entre los barrios colindantes y las formidables áreas verdes del entorno, como la Casa de Campo o la Cuña Verde.
Resulta, por lo tanto, imprescindible ‘urbanizar’ la autopista. La ciudad hubiera debido plantear el debate sobre el modo de afrontar esta operación, ya sea para reducir la capacidad viaria y la velocidad y construir en superficie un bulevar generoso, o bien —como el Ayuntamiento ha decidido hacer— para soterrar la autopista, solución con un presupuesto estimado de 200 millones de euros. Sin embargo, este debate desgraciadamente no ha existido.
El Ayuntamiento propone soterrar la autopista y construir sobre su superficie el espacio público que es necesario y, al tiempo, resolver y mejorar algunos de sus cruces y nudos. La magnitud de la propuesta es colosal. Una comparación sencilla con el paseo de la Castellana da una idea de ella. La Castellana tiene 6,5 kilómetros desde Atocha hasta la plaza de Castilla: los tres kilómetros y medio del ‘Pasillo Verde del Suroeste’ equivalen al tramo que va desde el paseo del Prado hasta unos doscientos metros al sur de la plaza de San Juan de la Cruz.
Celebramos la iniciativa, por parte del Ayuntamiento, de convocar el concurso para la redacción del proyecto de soterramiento y urbanización de la superficie. Sin embargo, la redacción del pliego de condiciones de la convocatoria es extraordinariamente paradójica. El pliego dice en su encabezamiento: «El entorno por el que se desarrolla la actual carretera A5 en su tramo urbano, desde la Avenida de Portugal hasta el enlace con la M-40 está caracterizado por un entramado urbano con alta densidad de población salpicado de importantes zonas verdes del Municipio de Madrid […]. La actual A5 supone una limitación a la comunicación de los barrios aledaños y al disfrute de las zonas verdes indicadas por parte de los vecinos. Así, las comunicaciones entre las márgenes se realizan por pasos bien superiores o bien inferiores a la actual A5.» Y continúa: «El proyecto incluye también la posterior urbanización de la cubierta resultante para transformarla en una zona urbana con calles, zonas verdes, espacios públicos y servicios para el ciudadano, permitiendo la permeabilidad entre ambas márgenes.»
Es decir, el objetivo del proyecto y, por tanto, su razón última, no es la solución técnica de ingeniería de túneles, aunque esta sea compleja e imprescindible. El soterramiento es el medio para mejorar el entorno y, por ello, el proyecto requiere una visión del diseño urbano de un enorme fragmento de ciudad para conseguir ese objetivo principal de la transformación.
Pues bien, confundiendo los medios con los fines, el pliego de condiciones del concurso, a la hora de valorar al equipo técnico de cada uno de los participantes —la valoración y la oferta económica son los únicos criterios para elegir al adjudicatario—, enumera más de veinte perfiles técnicos, todos ellos de ingenieros. ¡Ningún arquitecto, ningún urbanista, ningún paisajista!
Quizá Madrid sea la única ciudad de nuestro entorno en la que, a la hora de elegir al equipo redactor de una obra de esta envergadura no valore en ningún momento la necesidad de contar con arquitectos, urbanistas, sociólogos, ambientalistas o paisajistas —entre otros perfiles imprescindibles—, no ya para redactar un buen proyecto, sino para entender la obra que es necesario diseñar. Hay multitud de ejemplos en París, Seattle, Boston, Helsinki, Maastricht, Nueva York o Londres, donde se han ejecutado grandes operaciones vinculadas con la ‘domesticación’ de infraestructuras urbanas y el espacio público.
Pero también esa experiencia se ha producido con enorme éxito en Madrid. El ‘Pasillo Verde del Suroeste’es la prolongación de Madrid Río, donde un equipo de arquitectos en colaboración con otros muchos profesionales de distintas disciplinas diseñó la superficie del soterramiento de la M-30. Y es necesario recordar que Madrid Río es el proyecto urbano desarrollado por la ciudad de Madrid que más premios ha recibido en todo el mundo, y es visitado continuamente por centenares de estudiantes, profesores e investigadores de muchos lugares, amén de ser —y, sin duda, esto es lo más importante— un éxito ciudadano que es disfrutado por miles de personas todos los días.
El proyecto del ‘Pasillo Verde del Suroeste’ nace gravemente enfermo, por cuanto se ha concebido como una operación de infraestructura de movilidad que desprecia los valores urbanos y ciudadanos, la búsqueda de la excelencia y la sabiduría que generan los equipos multidisciplinares. Si este proceso no cambia de rumbo, una excelente oportunidad para Madrid se perderá de nuevo.
Francisco Burgos y Ginés Garrido (Socios Profesionales AEP) , son profesores de la ETSAM-UPM.